Si nos damos un paseo por cualquier zona vitivinícola de estas latitudes, veremos que las cepas lucen su estructura lignificada, muy alejada de las ramas verdes que lucían en la época estival.
Esto es debido por un lado, a la pérdida de clorofila del pámpano, ya que tras la vendimia, la vid ralentiza su respiración y transpiración. Llega un momento en el que las hojas se desecan y caen. A su vez, va apareciendo la lignina, que de forma natural dota de madera, de resistencia a las cepas y que derivarán en lo popularmente conocidos como sarmientos. Es lo que asegura la perennidad de la vid, quien tras el descanso invernal, estará lista para su nueva etapa.
El agostamiento, comienza en el periodo de maduración. El azúcar que no asimilan los racimos una vez han madurado, se acumula en la cepa en forma de almidón como reserva energética ante frío invierno, donde la vid, completamente descubierta, tiene que aguantar temperaturas bajo cero durante varias semanas, incluso heladas o nieve. Esta etapa se conoce como «Cero vegetativo» o «Parada invernal«, es una fase de latencia necesaria después de la vendimia y tras haber completado su ciclo. La vid se merece un descanso.
Lo que parece un panorama a priori desolador, es en realidad una etapa muy importante dentro del ciclo de la vid, ya que la planta está descansando y acumulando una serie de reservas tanto en su tronco como en sus raíces, digamos que se rearma para brotar en primavera con todas sus fuerzas.
Una de las actividades clave durante esta fase, es realizar al poda de invierno, que va encaminada a eliminar todos los sarmientos que no necesita la planta, para que brote vigorosa en primavera y que nos ayude también a controlar la producción y calidad de la futura cosecha.
Así que ya lo sabes, si paseas por las viñas de Utiel-Requena y ves las cepas peladas, no sientas nostalgia, están preparándose para volver a traernos paisajes de ensueño y una nueva cosecha extraordinaria.